El
camino de tierra que separa la ruta 7 del pueblo nos va introduciendo en
un clima de ensueño, ése de los pueblos que se quedaron en
el tiempo luego de haber sido pujantes y tenido un ferrocarril que
los conectaba con el mundo. Recorrer los 140 kilómetros que
lo separan de Buenos Aires sirve, también, para entender
a los personajes acodados en los bares de antaño o a la señora que resiste con
sus pastas en la antigua estación de tren, hoy convertida en restaurante de
campo. En la plaza
San Martín, las sillas pintadas de celeste y los
troncos de los árboles de blanco nos recuerdan los
colores de esta otra Argentina al mismo tiempo que custodian
los antiguos juegos que aún hoy utilizan los chicos,
frente a la capilla.
Con
la tierra que vuela como en una película del
Lejano Oeste, Gouin guarda con recelo las memorias de
lo que un día fue, y nos ofrece al mismo tiempo un sin fin de actividades y atractivos que
podemos disfrutar mientras nos internamos cada vez más en la
identidad de nuestro pueblito, de nuestra
argentina.
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